
Sepa vuesa merced que Lázaro de Tormes está buscando a su autor tras más de 500 años de anonimato.
No me huelgo que este autor caiga en la sepultura del olvido, pues cosas nunca vividas, pero sí leídas, bien podrían hacer a muchos reconocer y conocer a su creador.
Sepa también, vuesa merced, que no existe autor malo erasmista que algo bueno no hallara en él, y así tengan entero conocimiento de su obra. Lázaro nace a la orilla del río Tormes bajo la atenta escritura de una pluma que tuvo una intención, pues no todas las intenciones son iguales.
¿Querría vuesa merced obtener gloria con una obrita peligrosa que toca a la corrupción de la institución de la Iglesia y a sus bulas papales? ¿Quién en su tiempo podría temer por su vida al simplemente declarar la verdad de lo que acaeció?
Sepa vuesa merced que Lázaro busca a su autor entre las letras, pues quien lo escribió relató su caso muy por extenso, de principio a fin. ¿Dónde nació su pluma? ¿Cuál fue su vida? ¿Qué sabemos de él? Entre los nombres que se han propuesto como mis padres literarios, aparece el de Diego Hurtado de Mendoza, hombre de letras y político, cuya pluma no está lejos del tono erasmista que muchos ven en mí. Sin embargo, su relación con mis primeras ediciones censuradas en 1554 no prueba que sea mi creador. Tampoco podemos dejar de lado a los hermanos Valdés, Juan y Alfonso, autores conversos y humanistas, cuyas críticas a la Iglesia bien podrían haber influido en mis páginas.
Otros posibles autores también se asoman a la historia. ¿Qué decir de Francisco de Enzina, el osado traductor del Nuevo Testamento que desafió la prohibición de su tiempo? O de Juan de Arce y Otálora, oidor de la Santa Inquisición, que bien podría haber tenido en su poder los recursos y conocimientos para darme vida. Algunos, incluso, han mencionado a Fernando de Rojas, creador de La Celestina, aunque este rumor parece más fruto del ingenio que de la evidencia.
Todo autor deja huella en sus personajes. En ellos se reflejan sus opiniones, conocimientos y, sobre todo, su forma de hablar, su idiolecto. El lenguaje es nuestro ADN expresivo; no existen dos iguales. Nuestra edad, procedencia, estudios y sexo determinan cómo hablamos, cómo componemos oraciones y cómo describimos el mundo. Algunos autores emplearán más recursos estilísticos, citarán a otros escritores, introducirán latinismos o dixits. Todo esto conforma la competencia de cada cual y deja migajas de pan lingüísticas que nos ayudan a determinar quién fue el autor.
Tómese este libro como un diario de mi persona, un espacio para buscar al autor de mis fortunas y adversidades y, por fin, sacarlo de la sepultura del anonimato. Al tiempo, vuesa merced podrá interpretar mis palabras como si uno de mis posibles autores se tratara. Pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron aquellos que, siendo contraria, con fuerza y maña remaron hasta salir a buen puerto.